Llegamos después de 2 horas en barco a Ilha do Mel desde Paranaguá, esa ciudad que sale en la foto.
Los pies tambaleaban no sabía ya si era del vaivén de las olas, del equilibrio de a mochila o de la sensación de flotabilidad en mi imaginación.
El puerto es sucio y lleno de trastos. Los bares y establecimientos se amontonan en la arena y la gente sentda en los porches o en sillas de playa a la puerta de sus cabanias, me hicieron recordar esa costumbre andaluza, tan nuestra.
Un par de conciertos durante las cenas y un paseo más allá de la playa de Encantadas, pasando e mar de fora hacia la fortaleza que lamentablemente, Lucilia, no pudimos ver a pesar de tu recomendación; primer intento porque la marea estaba muy alta y segundo quedamos a la mitad del camino por falta de tiempo.
Por la mañana temprano flipaba pensando:
- Dios mío! estoy desayunando en la orilla de una isla preciosa con la vegetación tropical detrás de mi espalda y en el otro lado del mundo.
Para ser justos, y no poneros los dientes tan largos , que no todo es tan bucólico: las avispas alrededor de la papaya no eran agradables.
Sólo un día y dos noches en la isla porque la humedad y las llucias de verano, tampoco ayudaron a alargar los días, así que tuvimos que ir hacia nuestro siguiente destino: Florianópolis.
Pero está claro que Ilha do Mel tiene magia...
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